viernes, 19 de febrero de 2010

Conducir

La suerte está echada. He conducido un coche. Por primera vez en mi vida. Era el domingo pasado. Sobre el rugoso campo de fútbol del pueblo de Congosto.
Dí una vuelta a la llave de contacto, solté el freno de mano, empujé con mi pierna izquierda el embrague, cambié a la primera marcha y, mientras soltaba el embrague, con mi pierna derecha pisé el acelerador. El coche se movió con un tirón. Rápidamente empujé el pedal del medio. Es el freno. El motor se paró. Miré a mi lado derecho, donde estaba mi suegro. Tenía los ojos asustados. Era su coche. ´¡Tienes que hacerlo lentamente! ¡No acelerar demasiado!´ dijo. Lo probé otra vez. Ahora el coche se ponía lentamente en marcha. Aceleré un poco más. Conduje el coche alrededor de la portería. ´¡Ahora cambia a segunda!´, gritó mi suegro. Izquierda abajo, me acordé. Lo probé. Y aceleré. ´¿Está en la segunda? ¿Está en la segunda?´, pregunté nerviosamente. ´Si, y prueba ahora volver a primera.´

Conducir. ¿Quién lo imaginara? Yo no, en todo caso. Para mí la bicicleta siempre era suficiente. O mejor dicho, la bicicleta era para mí de puta madre. Siempre he vivido en la ciudad de Amsterdam. La bici es allí el transporte ideal. Y si tenía que ir a algún sitio afuera de la ciudad, pues, iba con tren y alquilaba una bicicleta en la estación. Algunas veces un destino parecía inalcanzable. Por ejemplo el campo de un club de fútbol en algún pólder remoto. Vale, me hacía llevar en coche por un compañero. Aunque a veces, en la primavera, también iba con bicicleta, para volver cuando ya oscurecía y en los árboles los mirlos se despedían del día cantando sus melodías tristes. Esto se lo pierden los automovilistas, pensaba satisfecho conmigo mismo.

Pero aquí en El Bierzo todo es diferente. Es preciso adaptarse.

El transporte público es insuficiente o brilla por su ausencia. Todos esos holandeses quejándose del transporte público en su país tendrían un susto terrible si tuvieran que viajar cada día a su trabajo con el transporte público berciano. Hay solamente cuatro trenes cada día saliendo de la estación de Ponferrada. Y esto mientras Ponferrada es el capital de la región. Hay líneas de autobuses entre las ciudades, todas en manos de empresas privadas. Más o menos cada dos horas sale un autobús a León, la capital de la provincia. A muchos pueblos no se puede llegar. A una hora y media conduciendo de Ponferrada hay una estación invernal. ¿Pero un autobús? ¡No señor! Casi estaba dispuesto a empezar yo mismo una línea de autobuses para poder esquiar allí. Pero la gente de aquí me convenció que no tenía futuro este proyecto. Aquí a la gente le gusta demasiado su propio coche.

También ir con bicicleta es diferente aquí que en Holanda. Aquí hay montaña. Por esto tengo un ´mountanbike´, con marchas y cosas así. A pesar de las marchas, ir con bicicleta aquí es hacer deporte. No me veo ir con bicicleta a Bembibre, por ejemplo, para tomar una tacita de café en la casa de unos amigos. Me mirarían un poco extrañados, tomando el café doblado hacia adelante para evitar el contacto de mi camiseta empapada de sudor con su nuevo sofá.

Pues, estaba conduciendo en círculos en este campo de fútbol en Congosto, el domingo pasado. Hasta que vinieron unos chicos con un balón. ´¡No se puede ir con coche por aquí! ¡Es un campo de fútbol!´ gritaban. Lentamente conduje hacia la carretera mientras refunfuñaba en holandés: ´Más y más se hace imposible conducir tranquilamente en coche hoy día.´ ´¿Qué dices?´ me preguntó mi suegro. ´Nada importante.´ ´¿Y vas a inscribirte en una autoescuela?´ ´Todavía estoy dudando.´

Roland

Originalmente escrito en holandés para De TabaTreffer, la revista de club de fútbol Taba.