martes, 18 de noviembre de 2014

Deportista

Uno de los errores que se puede hacer viviendo en otro país es pensar que la gente que te rodea es típica para su país. Un prejuicio nace fácilmente. Cuando vine a vivir aquí, hace cinco y medio años ahora, ya había viajado varias veces por España, por lo cual sabía que no valían los tópicos comunes: España como un país de flamenco, paella, mañana mañana y siempre felicidad.

Aunque sea así, llegué con algunos prejuicios y seguramente todavía me quedan algunos, pero uno que perdí recientemente es este: los holandeses somos de media más deportistas que los españoles. Seguramente muchos españoles ahora empiezan a reírse. ‘¿Los holandeses más deportistas que los españoles? ¿No saben estos holandeses arrogantes que España reinaba en el fútbol por una década, y que tenemos quizás el mejor equipo de baloncesto de Europa?’

Por cierto, mi prejuicio se basó en la gente en mi alrededor aquí en El Bierzo y, desde luego, en la gente con quien me relacionaba en Holanda. La mayoría de mis amigos holandeses son bastante deportistas. Pasábamos las vacaciones en la montaña para hacer tracking o para esquiar. Con gran parte de mis amigos jugábamos en el famoso club de fútbol Taba. Jugar fútbol cada sábado de la temporada suena bastante deportista pero la verdad es que quizás no siempre era una actividad tan exagerada sana. Cada victoria celebramos con muchas cervezas. Porque victorias no eran tan frecuentes decidimos celebrar los empates como victorias. La mayoría de los sábados, sin embargo, terminaban con muchas cervezas como consuelo de la enésima derrota. Cuando venía a vivir a España, mi vida tomó un ritmo más tranquilo. Encontré sobre todo gente cuya principal actividad deportiva parecía ser ir con coche a algún lugar para después andar tan lento como posible hacia el bar o restaurante.

La primera grieta en mi opinión sobre la deportividad de los españoles surgió durante una cena con algunos amigos bercianos. Me preguntaron si a mí me gustaba andar. Lo afirmé con un fuerte sí, lo que mi querida Ana confirmaba con tono orgulloso: ‘Es muy deportista.’ ‘Pues bien,’ continuaron, ‘en junio habrá La Travesía de los Montes Aquilianos con una distancia de unos sesenta kilómetros.’ ‘¿Sesenta kilómetros en la montaña en un solo día?’ pregunté asustado. ‘Vale, también se puede coger la ruta corta que es solo unos cuarenta y cinco kilómetros,’ explicaron. Por causalidad unas semanas antes ya había hecho más o menos la misma ruta con un amigo holandés. Lo hicimos en tres días, durmiendo en los pueblos Espinoso de Compludo y Peñalba de Santiago y esto ya nos había parecido bastante un esfuerzo. ‘Lo pensaré,’ contesté un poco hipócrita.

A veces hacía jogging en las orillas del río Sil o en el monte al lado de Ponferrada, El Pajariel. Sobre todo los domingos había otros con la misma idea, y a veces corrían bastante más rápido que yo. Pero prejuicios se resisten. ‘Debe ser un profesional,’ pensé o ‘Mira qué joven es.’ El final de mi prejuicio llegó este verano cuando me había inscrito para El Pajariel Vertical, una carrera desde la orilla del río Sil hacia la cumbre del Pajariel. Aquel domingo en junio, cuando subía el estrecho caminito y uno tras otro los bercianos me pasaban, la mayoría saludándome muy amablemente, me di cuenta que mi opinión sobre la deportividad de los españoles estaba basado sobre una muestra de la población demasiado limitada y muy, muy selectiva.

Llegando

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