viernes, 29 de agosto de 2014

Calcetines

Es un sábado caluroso de agosto. Estamos a punto de ir con el barco desde Cangas de Morrazo a Las Islas Cíes. Para matar el tiempo cojo el suplemento de El País: Moda, una revista que normalmente no toco. Hojeando se me ocurre una idea maravillosa, aunque difícil de ejecutar. ‘Ah, mira, un artículo sobre la moda de este verano,’ digo. Mi pareja es todo oídos. Ya le extrañó que leyera Moda, pero que ahora también vaya a citar un artículo es absolutamente el colmo. Ahora viene la parte difícil. Tengo que improvisar un texto en el estilo de la revista. Empiezo: ‘Lo que es la nueva tendencia este verano es llevar calcetines, tan visiblemente como posible. Dónde hasta ahora estaban escondidos en los zapatos, hoy día se ve a los celebrities llevar altos calcetines en combinación de un pantalón corto y playeras, tacones e incluso sandalias. Si, se puede decir que la calcetín ha vuelto.’ Miro a mi pareja para ver su reacción. Lanza un suspiro cansado,  dice: ‘Es él calcetín, y no creo que haya vuelto’ y continua leyendo las noticias internacionales. Un momento estoy decepcionado pero me doy cuenta que una batalla perdida no es una guerra perdida.

La primera vez que noté algo de la desgracia en la cual el calcetín caería era también en España ya hace mucho, en un camping en Catalunya, para ser exacto. Indiqué mi amigo de viaje a unas adolescentes que parecían llevar playeras sin calcetines, lo que, en mi opinión, podía causar mal olor en los zapatos y en los pies. Mi amigo me explicó que si las chicas llevaban calcetines pero que evitaron mostrarlos. Los adolescentes habían declarado tabú el mostrar calcetines. Por eso llevaban blancos calcetincitos pequeñitos que llegaban justamente hasta el borde de sus playeras. Para mi asombro constaté que mi amigo tenía razón. Pues bien, a adolescentes muchas veces les ocurren opiniones fuertes, sobre todo cuando se trata de ropa. Declaran algo tabú o de moda, normalmente dependiendo de lo que llevan sus favoritos artistas de música pop.

Por desgracia he debido constatar que lo de esconder los calcetines no fue una moda pasajera, sino algo que se desarrolló hacia un comportamiento general, tanto aquí en España como en Holanda. Hoy día se puede ver adultos que esconden los calcetines como si fueran anomalías físicas. Además de los blancos calcetincitos también circulan calcetines transparentes. Se puede ver ciclistas que no parecen llevar calcetines. Se hace footing sin visibles calcetines. Los montañeros no llevan calcetines. ¡Hasta los turistas no llevan calcetines!  

Y aquí en España los calcetines están inseparablemente vinculados con el concepto ‘turista’. Por cierto, mi apodo de orgullo es ‘el guiri’: un personaje con la cara quemada por el sol, huesudas rodillas debajo de un pantalón corto, una cámara colgando de su cuello, una mochilita y, desde luego, altos calcetines preferiblemente en combinación de unas sandalias. La verdad es que esto último solía llevar. En mis años revueltos, cuando todavía no me vestía tan impecablemente como hoy día, compraba calcetines de color rojo encendido que llevé en mis sandalias. Como pasa el tiempo. Aprendí de conformarme. Hoy en día llevo mis calcetines solamente en zapatos cerrados. Nunca con sandalias, desde luego.

Pero más allá no quiero ir. Hay límites a la adaptación. Este verano compré en las rebajas diversas parejas de calcetines en los colores más vivos. Estos voy a llevar visiblemente; también en combinación de un pantalón corto. ¡Que nadie me toque los calcetines!


miércoles, 6 de agosto de 2014

Cinco años

A medida que avanza la edad, el tiempo parece pasar más rápidamente. Dicen que esta sensación tiene que ver con la duración relativa de un periodo. Cinco años desde luego siempre son cinco años, pero para alguien de 20 forman 25% de su vida (y normalmente años en que pasan muchas cosas), mientras para alguien de 55 años, como signatario, cinco años forman 9,09% de su vida (pero todavía pasan muchas cosas, eh). Para personas que  preferimos las cifras relativas sobre las cifras absolutas el título más adecuado de esta opinión de un guiri sería: 9,09%. ¿Sabes qué? Empiezo de nuevo.

9,09%

Vivo ahora 9,09% de mi vida en El Bierzo. Quizás no es exactamente la verdad, porque a veces vuelvo a Holanda para trabajar allí unas semanas, pero al otro lado estuve aquí muchas veces antes de 2009. Unos 9% serán.

Hace cinco años, cuando el amor me hacía venir a Ponferrada, tenía una impresión muy positiva de España, por cierto el país dónde me gustaba pasar mis vacaciones y dónde la vida parecía ser buena. Esta impresión positiva no se ha cambiado, pero ahora sí está más estratificada. Mi vista de España era coloreada rosa por mis viajes en los años 80, cuando España acabó de liberarse de muchos años de dictadura, por lo cual había un ambiente de apertura, curiosidad y esperanza. Visiblemente España se ha vuelto más próspera desde entonces, pero la crisis acabó con la idea que el futuro solamente será mejor. Algunos españoles parecen haber llegado a un estado de depresión colectiva. Una vecina que una mañana encontré en el ascensor  y que saludé con un quizás algo obligatorio ‘Hola, ¿qué tal?’ expresó el ánimo de crisis con su respuesta: ‘¿Qué voy a decir? ¡No hay remedio!’ Variantes de esta manera poca animada de reaccionar son: ‘Estamos todos condenados’ o ‘Estamos vendidos.’  La verdad es que la crisis y el mundo que cambia tan rápidamente también han afectado al estado de ánimo de Holanda. Por eso, la imagen de Holanda como país moderno y progresista ya se está cambiando en la imagen de un país de xenófobos y machacones neoliberales.

Pues bien, como ya dije, en general mi impresión de España como país agradable para vivir o visitar se ha mantenido ilesa. Las noticias negativas sobre los casos de corrupción en la prensa están más que compensadas por la gente decente y honesta que he encontrado aquí. Por mis clases conocí a muchos bercianos interesantes y amables. Cuando damos por la tarde una vuelta por el casco histórico de Ponferrada, ya encuentro a más conocidos que en cualquier sitio en Ámsterdam, con excepción quizás de los campos de fútbol de mi querido club afc TABA.

Parece que estoy aquí para quedarme. Desde luego, de vez en cuando vuelvo a Holanda para ver la familia y mis amigos, y para expresarme tan fácilmente en mi propia lengua y para echar de menos al Bierzo casi inmediatamente. La vida es buena aquí. Y quien sabe, si llegaré a ser 100, puedo lograr el 50% de mi vida en El Bierzo. Es una apuesta loable.