lunes, 16 de marzo de 2015

Hasta encontrar el sueño

Mi amor por la montaña empezó hace unos 50 años. Mi tío nos invitó a una película como solía hacer cuando uno de nosotros cumplía años. Ni siquiera recuerdo si mis hermanos o mis padres también estaban. Lo que nunca olvidaría era la última escena de la película. La familia Trapp huye de los nazis por los Alpes desde Austria a Suiza. Con asombro vi la alta montaña y escuché la música. The Sound of Music. Qué belleza! (aqui)
Tendría que pasar mucho tiempo hasta que viera por la primera vez una montaña. Siempre pasábamos las vacaciones con mis padres sin salir de Holanda, donde el ‘monte’ más alto es unos 300 metros. Me gustaban mucho las colinas en los bosques del este de Holanda donde pasábamos cada verano unas semanas. Nunca olvidaré cuando mi padre y yo fuimos muy pronto por la mañana a un brezal en el bosque y vimos dos ciervos, una madre y un cervatillo, desde muy cerca. La alta montaña vi cuando tenía 19 años.

Mi escuela organizaba un viaje de esquiar a Austria. Viajábamos hacia allí en autobús. Desde luego el viaje de ida resultó en una pequeña fiesta que duró hasta muy tarde de la noche. Por la mañana nos despertó la música que el chofer había puesto. ¿Lo hacía porque tanto le había irritado la música rock y disco que estaban de la moda entonces y quería vengarse  despertando a los alumnos con su tipo de música? ¿O era porque creía que esta música era la más adecuada para acompañar el paisaje que revelaba el amanecer? En todo caso, abrí mis ojos y vi por la primera vez de mi vida los picos de alta montaña cubiertos de nieve, mientras sonaban los largos tonos de la armónica de boca de Toots Thielemans. (aqui
 
Había momentos en mi vida en los cuales renegaba mi gusto por Toots Thielemans y Julie Andrews por decir que no era mi estilo de música (la arrogancia de la juventud, ¿verdad?). Pero toda mi vida la llevaba conmigo hacia la alta montaña. Cuando pasaba mis vacaciones de veranos en España, me gustaba entrar el país a pie por los Pirineos, con amigos o solo. Fui por ejemplo en tren a Perpignan, cogí allí el trenito amarillo (le train jaune de Cerdagne) y bajé en unos de los pueblos tan cerca de Los Pirineos. Fontpédrouse puedo recomendar. Y desde allí, con la música de Toots Thielemans en la mente, subí al refugio justamente debajo de la frontera. La próxima mañana subí hasta llegar a la cresta dónde está la frontera y canté bajito:

Climb every mountain
Ford every stream (vale, aquí canté cross every stream)
Follow every rainbow
Till you find your dream

Los Pirineos eran cada verano más superpoblados. Hacer trekking se ponía de moda. Hoy día tienes que reservar los refugios con antelación. Los Picos de Europa padecen del mismo problema. Por suerte reencontré aquí en El Bierzo la perfecta sensación de la montaña. Lo admito, la montaña es menos espectacular que la de los Pirineos o Los Picos. Se trata de montaña vieja con los picos desgastados y redondos. Al otro lado, los valles están cortados más profundamente en el paisaje con pendientes empinadas. La naturaleza es pura y el silencio a veces ensordecedor. En El Bierzo ya ha llegado la primavera. La temporada de traer las botas desde el trastero para subir cada montaña, cruzar cada arroyo y seguir el arco iris hasta encontrar el sueño.




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