viernes, 25 de septiembre de 2015

¡Mírame cuando te escucho!

Todo el mes septiembre estoy en Holanda para trabajar y, mientras tanto, ver a mi familia y amigos. Como siempre es agradable volver al país donde viví los primeros 50 años de mi vida. La vuelta a la rutina holandesa va rápida. Me muevo con facilidad en Ámsterdam, quizás con más facilidad que en Ponferrada. Literalmente, con la bici y el transporte público tan amplio. Pero sobre todo por poder comunicar en la lengua natal. Desde luego mi castellano se mejoró durante estos años, pero es un proceso lento.

Hablar la lengua perfectamente hace crecer la confianza en su mismo y da un cierto poder. Y muchas veces los españoles ya dan por supuesto que no les entiendo y no dirigen la palabra a mí, sino a la persona a mi lado, si esta es española. Si vamos por ejemplo un sábado por la mañana al mercado, mi mujer y yo, y veo a algún conocido en la calle que pregunto ‘¿Qué tal fueron tus vacaciones?’ la respuesta empieza con la mirada fijada en mí, pero si la historia se complica con anécdotas sobre retrasos del avión, olas de calor o lluvias de proporciones bíblicas en las playas gallegas, la mirada de la persona en cuestión se dirige automáticamente a mi mujer en busca de unos ojos marrones que comprenden todo en vez de estos ojos azules de un guiri que no parecen entender nada.

Solamente en algunas ocasiones es al revés. Hay raros momentos en los cuales un español busca en mis ojos el entendimiento que no cree poder encontrar en los de mi mujer. Siempre es un hombre. Siempre se trata de algún asunto técnico. Un ejemplo. Hay un problema con el coche y vamos al taller para averiguar si hay arreglo. Es el coche de mi mujer, entonces, es ella quién hace las preguntas.  El garajista empieza a hablar y ya veo pasar con mi mujer lo que pasa tan menudo a mí: está ninguneada. La mirada del hombre gira lentamente en mi dirección en busca de ojos masculinos. De pronto siento la obligación de entender todo lo que dice el garajista. La verdad es que no tengo ninguna idea de que está hablando. No soy nada técnico en general y sobre todo de coches no tengo ni el mínimo conocimiento. Ni siquiera tengo un carnet de conducir. Aunque mi castellano mejoró los últimos seis años, el progreso no incluía el vocabulario automovilístico. Todo lo que dice el hombre me suena como un sinfín de palabras: ‘alternador, distribuidor, arrancar, colector, acelerador,  silenciador, acelerar.’ Sabiendo que mi mujer está escuchando atentamente y probablemente entendiendo todo, me permito el lujo de desconectar y pensar en otras cosas. En este milano, por ejemplo, que vi tan de cerca cuando vinimos al taller. Los milanos son aves bastante raros en Holanda, mientras en El Bierzo se puede verlos al lado de las carreteras esperando a que algún animal esté atropellado por un coche. Un silencio me despierta de mis pensamientos. Noto que el garajista me mira inquisitivamente. Seguramente acaba de preguntarme algo. Para poner un fin al silencio inconveniente repito la última palabra que he oído: ‘Si, acelerar.’ Entra algo de desesperación en la mirada del garajista y por fin sus ojos vuelvan en la dirección de mi mujer mientras repite el sinfín de palabras técnicas.

Pues bien, en una semana volveré al Bierzo y llevo conmigo un acento holandés un poco más fuerte, como siempre ocurre después de volver de mi país natal. Pero prometo mejorar mi castellano tanto, que hasta las dependientes de las tiendas de ropa se dirigen a mí en vez de a mi mujer cuando pregunto si tienen un cierto pantalón en mi tamaño. Pero los asuntos del coche dejo en las manos confiables de mi mujer.

1 comentario:

  1. Al que trabaja en un taller de coches se le llama mecánico. Te lo digo por si acaso, porque no sé si es un error de traducción o es el término regional que se da por donde vives. En Aragón al menos no lo he escuchado nunca.

    Buen blog por cierto, lo visitaré asiduamente ;)

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